Me encontraba en París cuando, al través de la radio, se anunció la elección de un nuevo Pontífice y que éste tomaría el nombre de Juan XXIII.
Desde el comienzo de su reinado, en que se destacó con perfiles extraordinarios, vi con asombro que sus ideales coincidían punto por punto con el lema de mi revolución del Sonido 13, que publiqué desde el año de 1924 y que es: “Enriquecer, Purificar y Simplificar la Música”.
En el caso de su Santidad, el enriquecimiento se manifestaba por el deseo de atraer al catolicismo a todos los demás credos religiosos; la purificación, al ir hasta las fuentes mismas de las enseñanzas de Cristo, con lo cual vendría la simplificación doctrinal.
Fue por ello que me sentí movido a rendirle un homenaje a tan ilustre Pontífice y escribí una Misa en cuartos de tono, que es la primera y única que existe en su género, y se la dediqué.
En la carátula escribí las siguientes palabras: “Misa musicalmente nueva”. “¿Estaré en lo justo al denominar a esta composición Misa musicalmente nueva?”. He aquí las razones en que se apoya mi creencia; primera, que no empleé en ella, en su parte melódica, ninguna de las dos escalas en uso: la mayor ni la menor; segunda, que armónicamente tampoco me serví de los acordes clásicos, mayor, menor y disminuido; y consecuentemente, descarté las cadencias perfectas y plagales. La base musical de estaMisa es una de las trece mil trescientas escalas conquistadas por mi revolución del Sonido 13, de donde resultan nuevas melodías, nuevas armonías y un nuevo mundo emocional. Agregué a esa escala los cuartos de tono, que son de una fuerza emotiva muy superior a los semitonos, lo que producirá en la cristiandad una elevación espiritual que nunca antes se produjo. Espero que esta Misa sea un eslabón digno de la cadena de los grandes acontecimientos que en el campo de la música religiosa registra la historia. Estos acontecimientos los iniciaron dos Papas: San Ambrosio y San Gregorio, uno en el siglo IV y otro en el siglo VI, quienes efectuaron una gran revolución musical al formular diferentes escalas con los siete sonidos que existían desde seis siglos antes de Jesucristo. En el siglo XI, el monje Guido dio nombres a las notas musicales, y en el XVI Palestrina plasmó en suMisa del Papa Marcelo una magnificencia musical que todos admiramos.
“Los progresos enunciados han sido todos para elevar el espíritu de los creyentes hacia el autor de cuento existe. . . ¡Ojalá y esta nueva Misa, que dedico al jefe de la Iglesia, su Santidad Juan XXIII, abra una nueva ruta para dar gracias a Dios, de quien recibimos el don maravilloso del oído, por medio del cual nuestro ser se embelesa con el misterio de los sonidos”. México, enero de 1962.
He lamentado profundamente no haber tenido el honor ni la satisfacción de estrenarla en su presencia, como era mi deseo; pero su muerte no cambia en modo alguno mi homenaje al Papa por su maravillosa actuación al promover el acercamiento de todo el género humano.
En mi juventud, en San Luis Potosí, estuve en contacto muy directo con la música religiosa y fue por ello que me di cuenta de que con frecuencia los cantores que actúan en los templos no desempeñan su misión con el espíritu que los textos litúrgicos requieren; y al dedicar esta Misa a su Santidad Juan XXIII, tuve el deseo de que fuera interpretada por un coro de monjes; propósito que espero lograr al grabarla en Europa, hacia donde saldré en este mes de agosto. Mi representante en la ciudad Lux está ya en pláticas con el extraordinario coro de la Iglesia Rusa de París, que según me dice tiene voces admirables, especialmente en los bajos.
No he resuelto, sin embargo, por que un alto personaje de la Iglesia católica me ha sugerido un estupendo coro de benedictinos en Roma, lo que llena de modo absoluto mis deseos, y también me sugiere el coro del propio Vaticano.
Cualquiera de estos tres conjuntos vocales servirá a maravilla para mi propósito.
La idea de que fueran religiosos los que la cantaran, nació en mí cuando escuché, en una ceremonia de Primera Comunión, un coro de monjas que me subyugó con el encanto de sus voces desposeídas de pasión, y por la elevación y espiritualidad que ponían en cada una de las palabras de los textos sagrados.
Volviendo a las palabras que acompañan a la dedicatoria de esta Misa en cuartos de tono, en relación con los grandes acontecimientos musicales que se han desarrollado al través de los músicos de la Iglesia, creo oportuno decir cuán lamentable es, bajo el punto de vista estético, que se haya cometido y se siga cometiendo el error de acompañar con acordes los cantos de la época gregoriana y ambrosiana, lo que es anacrónico, ya que el primer acorde fue una conquista del siglo XIII y el Papa San Ambrosio existió en el siglo IV, o sea, nueve siglos antes, y San Gregorio siete.
Además, al armonizarse las melodías gregorianas y ambrosianas con acordes del siglo XIII, perdieron, emocionalmente, toda la riqueza que hay en ellos por la variedad que resulta de la distinta colocación de los semitonos; y al entonarse sin ningún acorde tienen una enorme fuerza que cautiva.
Otro error de los músicos de la Iglesia fue el introducir el Si bemol en el primero de los modos ambrosianos, ya que dicho accidente fue producto del siglo XI y, además, con ello sólo se logró duplicar el segundo modo, que se forma sobre la nota La, y al cual se le colocó, en el siglo XV, un sostenido al séptimo grado Sol, en cuyo momento nació el modo menor actual, y con él el acorde aumentado.
No me extenderé más en consideraciones técnicas; sólo deseo que esta Misa escrita por mí –que pienso grabar dentro de unas semanas en Europa-
Julián Carrillo (Enero 1962).