A mi regreso de Bélgica, en el año de 1904, al llegar a Nueva York recibí una carta en la cual me decían que un grupo de coterráneos pensaban recibirme hasta alguna de las ciudades del camino.
Esperaba, pues, a mis amigos y a medida que me acercaba a San Luis crecía mi ansiedad. Hacia las diez de la noche, al llegar el tren a la ciudad de Saltillo, Coah., oí que una banda militar tocaba el Himno Nacional. Aquí están ya, me dije, aunque me parecía demasiado homenaje que me recibieran con el himno, ya que este canto está reservado únicamente para el presidente de la República; pero pensé que quizás mis paisanos llevados de su entusiasmo llegaban hasta la exageración. Salí al vestíbulo del carro creyendo encontrar caras conocidas y me sorprendió que no hubiera ni una sola. . . a los cuantos minutos continuó el tren su marcha y con sorpresa escuché las Golondrinas y poco después otra vez el Himno Nacional. ¿Qué será esto? Me dije. ¿Por qué el Himno Nacional? y ¿por qué las Golondrinas? No me explicaba tan curioso homenaje, sobre todo por que era anónimo.
A unos cuantos kilómetros estaba descarrilado un tren de carga y tuvimos que permanecer detenidos toda la noche; al día siguiente en el carro comedor se comentaba aquel suntuoso recibimiento de Saltillo y todos se preguntaban por quién sería. Quizás venga en el tren algún general, decían unos, yo esperaba que alguien dijera: es que aquí viaja Julián Carrillo; pero nada. Entonces intervino otro pasajero matando toda mi vanidad, pues dijo: <El homenaje fue para don Jaime Nunó, autor del Himno Nacional que viene en este mismo tren>.
¡Qué plancha!, me dije, ¡qué plancha si he ido a darle las gracias al director de la banda por el homenaje que yo creía que se me tributaba. . .!
Al atardecer de aquel día inolvidable del 11 de septiembre de 1904 llegamos a mi tierra, la bella ciudad de San Luis Potosí y reconocí congregados en la estación a todos mis amigos, a numerosas comisiones de estudiantes, a la chiquillería de las escuelas primarias y a las bandas de música de la Federación y del Estado. Al detenerse el tren se escuchó un estruendoso aplauso y don Jaime Nunó que era recibido en todas partes con vítores y ovaciones, salió al vestíbulo del carro sombrero en mano y empezó a dar las gracias; cuando de pronto, se escucharon gritos de ¡Viva Julián Carrillo! ¡Viva Julián Carrillo! y el viejo don Jaime tuvo una ocurrencia genial para salvarse de aquella situación embarazosa: al escuchar mi nombre, él, que había salido a agradecer el homenaje, que creía suyo, empezó a gritar también: ¡Que viva Julián Carrillo! »
Chusca confusión de honores.

Julián Carrillo (Marzo 1965)