Desde los albores del siglo XVIII, en que el italiano Bartolomeo Cristofori inventó el martinete, del cual surgió el Pianoforte, es decir, un instrumento capaz de hacer diversos matices dinámicos, o sea « piano » y « fuerte »; otra pequeña mejora fue aumentar tres sonidos por la parte aguda, lo que se atribuye a una sugestión de Franz Liszt, y que son las teclas para el Si bemol, el Si becuadro y el Do, ya que los pianos anteriores a esa época llegaban únicamente a la nota La.

Desde entonces no había habido en cuanto a los pianos se refiere un acontecimiento de mayor trascendencia que el de los « Pianos Metamorfoseadores » de México, los cuales fueron patentados por mí el 25 de febrero de 1949.

La historia de estos pianos está llena de vicisitudes, que corren parejas con las de los acontecimientos más trascendentales que se han producido al través de los tiempos.

La primera de ellas fue la dificultad para construirlos, debido a que fábricas de Europa y América, a las que acudí para ello no querían echarse a cuestas la tarea por los intrincados problemas, tanto mecánicos como de afinación que presentaban; y no fue sino hasta 1957 cuando la gran fábrica de Hans Sauter en Spaichingen-Wurt, Alemania, dijo que los resolvería cuando conociera las patentes; y efectivamente fue allí donde se construyeron.

Tanto como los fabricantes de pianos, tenía yo el temor que no pudieran afinarse correctamente, supuesto que, el No. 1 que metamorfosea los semitonos a tonos enteros, todos los demás tenían que producir sonidos jamás oídos.

En efecto, el No. 2 metamorfosea los semitonos a tercios de tono; el No. 3 a cuartos; el No. 4 a quintos, etcétera, así siguen hasta el piano No. 15 en el cual cada semitono es metamorfoseado en dieciseisavos de tono, con lo cual hay noventa y siete sonidos diferentes en una sola octava.

Se me pidió que enviara las patentes y los planos e inmediatamente se decidieron a construirlos y, además, se comprometieron a terminarlos a tiempo para ser presentados en la Gran Exposición Universal de Bruselas en 1958.

El gran caballeroso y constructor, Hans Sauter, cumplió exactamente su compromiso y mis pianos estuvieron en Bruselas en la fecha indicada. . . pero allí surgió otro problema: ¿dónde exhibirlos?

Como en el pabellón de México era imposible hacerlo y en vano buscaba yo dentro de la Exposición un lugar adecuado para ello, al ver mis dificultades, un mexicano que estaba en aquellos días en Bruselas tuvo la idea genial (sic) de sugerirme que desistiera de mi propósito y los expidiera para México sin desempacarlos; pero por fortuna el gobierno belga, gracias a su gran cultura, al saber aquello, tuvo a bien acordar que mis instrumentos fueran expuestos en el Palacio Real No. 3, dentro del perímetro de la Exposición.

Este acuerdo, que jamás agradeceré lo bastante, permitió que mis pianos fueran expuestos en un regio salón y que se les concediera una Gran Medalla de Oro por el alto valor cultural que representan para la humanidad.

Después de Bruselas, los presenté en París en la Sala Gaveau, gentilmente cedida por el caballeroso M. Marcel Gaveau, dueño de la fábrica de pianos que llevan su nombre, y la sensación que causaron fue tan grande que eminencias del mundo musical europeo emitieron los siguientes juicios: « Bastará uno solo de los pianos que presentó Julián Carrillo en la fastuosa exposición que presentó en la Sala Gaveau, para englobar toda la obra de un Bach o de un Beethoven del futuro. » Jean Etienne Marie.

« Los Pianos Carrillo » descubren un maravilloso mundo sonoro, que es digno de compararse con el descubrimiento de América por Cristobal Colón. En Europa hacíamos esfuerzos inaudítos por lograr un teclado práctico para un piano de cuartos de tono, y Julián Carrillo nos dió la sorpresa de que, con el teclado clásico en uso, puedan tocarse no sólo cuartos, sino también tercios, quintos, etcétera, lo que equivale a un positivo « huevo de Colón ». Iván Wischnegradsky.

Después de esa segunda exposición fueron traídos a México y expuestos en el Palacio de Bellas Artes, en el Salón de los Murales. Más tarde, cuando se pensó en un lugar adecuado, para que permanecieran en exposición permanente, el señor licenciado don Eduardo Bustamante, secretario del Patrimonio Nacional, acordó que se les designara un salón en el Museo de Historia del Castillo de Chapultepec.

De París fueron trasladados a México, mi patria, a la cual hice donación de ellos; pero, desgraciadamente, después de estar algunos días expuestos en una sala de pinturas de Bellas Artes fueron llevados a una bodega en el Museo de Chapultepec, donde permanecieron por largos años y se llegaron a colocar sobre ellos, sin siquiera cubrirlos con un periódico, botes de aceite, pinturas, etcétera, hasta que por fortuna, por acuerdo del entonces, Presidente de la República, don Adolfo López Mateos, fueron llevados a un salón donde actualmente se encuentran, aunque también únicamente almacenados. . .

Julián Carrillo (Septiembre 1965)