Músicos y filósofos han estado trabajando durante dieciséis siglos por elaborar una escritura musical lógica, clara y fácil, para el sistema de los sonidos en uso.

La escritura del filósofo Boecio, que se conoce desde el siglo IV de nuestra era, es decir, desde antes de que naciera el cromatismo, se basó en quince letras del alfabeto, de la A a la P, sin J, o sean; A B C D E F G H I K L M N O P, con las cuales se indicaba de una manera absolutamente lógica la altura relativa de los sonidos, ya que era obvio que el sonido B era más alto que A; que C era más alto que B, y así sucesivamente. Aquel sistema abarcaba los únicos quince sonidos que había entonces en la música: dos octavas.

Aquellas letras han tenido el privilegio de vivir durante dieciséis siglos, aunque con la modificación que operó en ellas el Papa San Gregorio en el siglo VI, cuando tuvo la sensación musical de que un sonido y su octava inferior o superior eran tan semejantes que casi se confundían y, por lo mismo, redujo a sólo siete las quince: A B C D E F y G, que representan los sonidos La, Si, Do, Re, Mi, Fa, Sol. Cuando apareció el primer bemol en el siglo XI, los alemanes agregaron la letra H para indicar el Si becuadro y conservaron la B para el Si bemol.

Estas siete letras están aún en uso en Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos y también dieron origen a las llaves; pues las llaves de Fa son una deformación de la letra F; las de Sol provienen de la G, y las de Do de la letra C.

Siguieron más tarde diversos esfuerzos en pro de una nueva escritura a través de los siglos; y no fue sino hasta el siglo XVIII (1742) cuando el filósofo Juan Jacobo Rousseau presentó en la Universidad de Dijón, Francia, un sistema de escritura musical basado en siete números: 1 2 3 4 5 6 y 7; en ella trató de suprimir los sostenidos y los bemoles; y efectivamente, los suprimió, pero sustituyéndolos por otros signos.

Esta escritura tuvo además el defecto muy grande de servirse de sólo siete números para representar una música de doce sonidos, pues ya Juan Sebastián Bach había escrito desde 1722, su maravillosa obra El clavicordio bien temperado, con el cual llevó a la práctica de la música los doce semitonos de la escala actual.

Desde entonces hasta nuestros días, ha existido una escritura musical complicadísima e ilógica, que ha ocasionado durante siglos muy grandes confusiones mentales, pues se emplearon para sólo doce sonidos treinta y cinco signos.  Helos aquí: siete notas sin accidentes, Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si; las mismas siete con sostenidos, son 14; con bemoles 21; con dobles sostenidos 28 y con dobles bemoles, son 35.

Tantos signos gráficos hicieron creer a músicos y físicos que había en realidad treinta y cinco sonidos en la llamada octava, lo que complicaba no sólo las teorías, sino también la práctica de la lectura. La verdad es que, desde el siglo XVI, en teoría, y desde el XVIII, en la práctica, no hay en música más que doce sonidos diferentes.

Por tal causa he formulado el cargo a todos los músicos, inclusive Bach, de haber empleado signos para sonidos inexistentes, pues antes de la revolución del Sonido 13 no hubo más que doce.

El muy ilustre Arnold Schoenberg trabajó durante trece años elaborando un sistema de escritura musical, con el noble propósito de simplificar el existente; pero fracasó, ya que no sólo no lo simplificó, sino que lo complicó aún más; complicación que empezó al agregar una línea a la pauta, haciéndola de seis en vez de cinco, y con tres pautas de seis líneas, más dos llaves en cada una de ellas (lo que es un positivo absurdo), no logró escribir más que seis de las ocho octavas que hay en uso; error injustificable en un músico de tan alta categoría.

Además, el sistema de Schoenberg, que fue publicado en el Musikblätter des Anbrcuch  de Viena, es diatónico, pues indica los sonidos con las siete letras conocidas en una época en el que el cromatismo imperaba y él era el paladín del dodecafonismo.

Además, comete el error de indicar los cinco sonidos llamados cromáticos, como un artificio sobre los diatónicos, lo que es arcaico, supuesto que desde el siglo XVI, como dije ya, los matemáticos dividieron la octava en doce intervalos musicalmente iguales, con la fórmula 1.059 y basándose en la raíz dozava de 2.

Ante este cúmulo de esfuerzos, la revolución del Sonido 13 tuvo el privilegio de lograr un nuevo sistema de escritura musical para los doce sonidos en uso, casi sin proponérselo.

Efectivamente, cuando el 13 de julio de 1895 hice el experimento con el cual fueron conquistados los dieciseisavos de tono, surgió en el acto el tremendo problema de cómo escribirlos, pues me aterraba pensar que si músicos y filósofos eminentes habían fracasado durante siglos en el logro de un sistema lógico para sólo doce sonidos, ¿qué podría hacer yo para escribir no doce, sino noventa y seis, que fueron los que resultaron en la llamada octava con los dieciseisavos de tono?

Quise servirme para ello de las pautas, las llaves, las notas, los sostenidos y los bemoles, pero eran absolutamente insuficientes.

Entonces, en un momento de verdadera desesperación, acudí a los números y en el acto surgió la luz, pues con noventa y seis números pude escribir los dieciseisavos de tono; con noventa los quinceavos; con ochenta y cuatro los catorceavos; con setenta y ocho los treceavos; con setenta y dos los dozavos; con sesenta y seis los onceavos; con sesenta los décimos; con cincuenta y cuatro los novenos; con cuarenta y ocho los octavos; con cuarenta y dos los séptimos; con treinta y seis los sextos; con treinta los quintos; con veinticuatro los cuartos; con dieciocho los tercios y con sólo doce números, del cero al once, los semitonos.

Así nació mi sistema de escritura musical para los doce sonidos clásicos, con el cual no necesito pautas, llaves, notas, sostenidos, bemoles ni becuadros, pues con una sola línea horizontal, más dos guiones, puedo escribir hasta nueve octavas, una más de las que hay en uso.

Con esta gráfica, todos los instrumentos de las orquestas sinfónicas, excepto el arpa, pueden escribirse con una sola línea horizontal y un guión, lo que antes jamás pudo hacerse.

¿Qué diría al conocerlo, el gran músico francés Panserón, que fuera inspector general de Música de la ciudad de París, quien escribió: “Un sistema de escritura musical sin llaves es un sueño imposible de realizar. . .”, sueño que México realizó plenamente con su revolución del Sonido 13.

Julián Carrillo (Junio 1962)