Había la costumbre en aquella época en San Luis Potosí, de que cuando moría una persona rica fuera la música a tocar durante los responsos, y a veces a llevar el cadáver hasta el cementerio, tocando lo que se podía: polkas, mazurcas, valses, danzas, etc.
Pues bien, en una de tantas ocasiones, se me dijo: “Hay que citar a los músicos para ir a tocar a un muerto en Santiago del Río. . .”
Como ignoraba yo qué clase de repertorio debía llevar, se me dijo: “No seas tonto, para tocar en los entierros de los muertos, no se llevan papeles. . .” Ante aquella orden, nada tuve que decir; pero tuve sin embargo, la curiosidad de lo que se iría a tocar. Empezaron a reunirse los músicos, (8 en total) y uno o dos cantores; y al llegar el cura a ponerse sus vestiduras, allí fue Troya, pues cada músico empezó a tocar lo que le vino en gana, y resultó un pandemónium muy semejante al “Desconcierto” para cuatro Cornos de don Carlos Chávez, pues este señor aunque algo debe saber por tantos años que lleva ya de chamuscar la música -según frase de uno de sus admiradores (¿?)- eso poco que sabe le estorba para igualar a mis paisanos los músicos de la orquestita del maestro Flavio F. Carlos, en los años de 1886, quienes tocaban improvisando cada uno en el tono que quería, lo que quería y lo que podía. Yo no entendía media palabra de técnica musical, y por lo mismo no me daba cuenta de semejante profanación, pero en este año de 1942, veo que muchos llamados modernistas tampoco saben media palabra, y que amontonan sonidos y más sonidos, como si se tratara de llevar a enterrar un muerto en Santiago del Río allá por los años de 1886, en San Luis Potosí.
Julián Carrillo (1942)