Un distinguido amigo mío, M. Jean Sirol, consejero cultural de la Embajada de Francia en México, tuvo la gentileza de obsequiarme un libro, perfectamente documentado, acerca de la música moderna, y cuyo autor, Paul Collaer, abarca en él un período de medio siglo: 1905-1955.

En este gran volumen se hace un estudio minucioso de la música en Europa y en América. En la página 115 trae una declaración que me dejó estupefacto: que los modernos músicos franceses, para escapar de los modos mayor y menor, se han refugiado en losmodos  gregorianos.

Los antiguos modos,  conocidos con el nombre de gregorianos, se formaron con los siete sonidos que existían en la música desde Terpandro, seis siglos antes de Cristo. Cuatro escalas las formuló San Ambrosio en el siglo IV, tomando como tónicas para cada una de ellas las notas Re, La, Mi y Si, y los tres modos verdaderamente gregorianos son del siglo VI en que San Gregorio imitó a San Ambrosio y formó tres modos más, tomando como base las notas Fa, Do y Sol.

Es decir, que los músicos franceses, según Collaer, han ido hasta dieciséis siglos atrás, en busca de unas cuantas escalas que tienen como raíz las siete notas de la escala diatónica, para basar en ellas su producción musical.

Si éste es el caso, como lo asegura Collaer, quienes tal hacen parecen haber seguido el consejo de Verdi, quien dijo a la juventud musical de su época “que fuera a lo antiguo para encontrar algo nuevo”; entretanto que él, Verdi, en sus últimas obras “no fue a lo antiguo en busca de algo nuevo”, sino que procuró avanzar su técnica.

He aquí la traducción de las palabras de Collaer, que están, como dije, en la página 115 de su libro La Musique Moderne:  “El uso de los modos gregorianos se ha hecho común y corriente entre los modernos compositores franceses, pues han comprendido su especificación expresiva, especificación que se debe a la colocación de los semitonos en la escala. La multiplicidad de los modos enriquece el dominio expresivo, permite librarse de la esclavitud de los modos mayor y menor, conservando, no obstante, una base tonal. La tonalidad se convierte así en un caso particular dentro de un principio más amplio de la modalidad. Fauré, Ravel, Koechlin, Satie, Milhaud y Poulenc, hacen de esta modalidad el uso más amplio y natural.”  

Lamentable es que esos compositores tan eminentes retrocedan, según Collaer, hasta dieciséis siglos en la parte melódica, y otros, como Stravinsky, quieran ir al siglo XII para buscar riqueza armónica.

Debo decir con inmensa satisfacción de mexicano, más que de músico, que nuestro país, con su revolución del Sonido 13, ha conquistado para todos los compositores, presentes y futuros, elementos técnicos musicales que evitarán ese paso atrás y el que quieran refugiarse, unos, en los procedimientos del siglo XII y, otros, en los siglos IV  y  VI.

Desde el año de 1925, con motivo de una controversia habida con la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México, que no obedeció un acuerdo del Secretario de Educación (de quien entonces dependía), en relación con un curso sobre el Sonido 13 en el Conservatorio Nacional de Música, dije al entonces rector don Alfonso Pruneda lo que sigue:

“No quiero aventurar ninguna hipótesis acerca de las causas que hayan movido a usted para modificar la disposición de la Secretaría de Educación Pública; y con el fin de orientar técnicamente el criterio de esa Rectoría sobre el particular, me permito decirle que no se trata en el proyectado curso sobre el Sonido 13 de hacer investigaciones musicales, no; pues lo que se ha conocido hasta hoy con el modesto nombre de Teoría del Sonido 13, se ha convertido ya en un sistema que, con toda inmodestia, me permitiré decir que es tan completo que ha ido mucho más lejos de lo que han logrado en la técnica de la música todos los conservatorios del mundo juntos;  y me bastará citar a usted un dato: estoy en la posibilidad técnica de aumentar los recursos musicales hasta un grado máximo. Todos los compositores del mundo hasta esta fecha, 1925, se han visto reducidos a sólo dos modos: el mayor y el menor, y de allí que con tanta frecuencia se encuentren semejanzas entre las composiciones de diversos autores. En consecuencia, puedo anunciar oficialmente que estoy dispuesto a dar a cada compositor sus propias escalas, logrando así que cada quien tenga sus acordes propios, sus propios ritmos y dinamismo.

“Esta declaración, cuya trascendencia no me escapa, la hago oficial y concientemente ante el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, como podría hacerla, llegado el caso, ante un Congreso Internacional de Música.”

Esto dije desde 1925 al propio rector de nuestra máxima casa de estudios, pero el tremendo alcance de aquellas palabras pasó en silencio, ya sea por incapacidad técnica para comprenderlas o por otras causas que no me aventuro a suponer.

Hoy, después de un tercio de siglo, con motivo de lo publicado en el libro de Collaer en relación con los músicos modernos y los modos gregorianos, repito ante el mundo lo que entonces dije, esto es, que estaba y estoy en la posibilidad de dar a cada compositor sus propias escalas y sus acordes propios.

Qué gran fortuna será para México que en plena Francia, en el siglo XX, se conozca mi ofrecimiento del año de 1925, en mi libro titulado El infinito en las escalas y en los acordes,  en el cual está consignado cuanto he dicho al respecto, pues ya procedo a enviar mi citada obra, traducida al francés, a M. Collaer, a M. Bernard Gavoty, crítico musical de el Fígaro,  al director del Conservatorio de París, al de la Schola Cantorum y al de la Escuela Normal de Música.

Hay en mi libro dos mil cuarenta y seis escalas en estado fundamental, a base de tonos y semitonos y, al aplicárseles el procedimiento del “contrapunto trocado”, se logran miles y miles de nuevas escalas y sistemas armónicos.

¡Qué oportunidad tan brillante me ofreció el libro de Collaer para poner a disposición de los músicos franceses, tan admirados por mí, el fruto de mis estudios, en correspondencia a las extraordinarias gentilezas que he recibido en Francia, tanto del gobierno francés, como del gran Conservatorio de París, que me dispensó el honor de convocar a concurso a los violinistas europeos para tocar mis Sonatas  para violín solo y extremó su galantería hasta de dar mi nombre al premio concedido, así como a los grandes artistas que grabaron en discos mi música del Sonido 13, y a la celebérrima Universidad de la Sorbona, donde me honré en sustentar varias series de conferencias.

Muchas gracias, una vez más, a mi distinguido amigo Jean Sirol, por el valioso obsequio del libro en el cual encontré la frase de Collaer que cité al principio y que me brindó la preciosa oportunidad de poner a disposición de la cultura musical europea las conquistas espirituales de México.

Julián Carrillo (Abril 1962)