En mis dos artículos anteriores, publicados en El Universal,  analicé las teorías relacionadas con los tonos y los semitonos musicales; el primero de ellos lo dediqué a los físicos, el segundo a los músicos, y quedó demostrado que ni unos ni otros saben lo que son estos intervalos.

Mis escritos no persiguen otro fin que el de rectificar falsas teorías que se imparten en todas las universidades y conservatorios del mundo.

Demostrado, pues, lo falso que son, tanto en el aspecto físico como en el musical, los términos clásicos de tono y semitono, me ocuparé en esta ocasión de un caso en el que aparecemos como víctimas de supina ignorancia, no sólo musicalmente, sino desde el punto de vista lógico y aun idiomático, pues es inconcebible que físicos y músicos digamos con candor increíble que un tono se divide en dos partes desiguales, una mayor y otra menor. . . ¿No sabemos, acaso, que las mitades de un todo, cualquiera que él sea, deben ser necesariamente iguales?

Es mi creencia que, por decoro deben desaparecer de inmediato las enseñanzas a base de absurdas teorías, como la que predican en las aulas de que hay una mitad mayor del tono y otra menor, sin que músicos ni físicos se pongan, al menos, de acuerdo acerca de cuál de esas dos mitades es la mayor y cuál la menor; pues entretanto que para los físicos el semitono cromático es menor que el diatónico, para los músicos es lo contrario: es decir, que el cromático es mayor y el diatónico menor.  

La revolución del Sonido 13 aclara que ambos  están en el error, pues musicalmente esos intervalos son iguales de acuerdo con la fórmula matemática 1.059.   

La verdad, tanto histórica como científica, demuestra que desde hace cuatro siglos en teoría y dos en la práctica, todos los semitonos son iguales.

Pasadas estas cuantas palabras a guisa de preámbulo, entraré en materia, con la esperanza de que, de hoy para siempre, dejen de enseñarse en conservatorios y universidades falsas doctrinas musicales.

El insigne músico belga Gevaert, quien fuera durante muchos años director del Conservatorio Real de Bruselas, dijo que, “En música empieza apenas el periodo de reflexión”, pero, ese “periodo de la reflexión” del que con tanta razón habla Gevaert, habrá empezado, si acaso, en la milésima parte de los músicos, pues los novecientos noventa y nueve restantes siguen aferrados a errores seculares, y aun hay algunos cuyos cerebros carentes de luz parecen recrearse con absurdas doctrinas y siguen impasibles con abulia mental en su tarea de propagarlos.

Como desde la aparición del Sonido 13 hice el análisis de todos estos problemas, después de estudiados los tonos y los semitonos, seguiré con las enseñanzas que campean en los tratados de teoría elemental de la música, así como en los de armonía.

Empezaré por el análisis de la teoría de los intervalos, el primero de los cuales es el unísono, haciendo la necesaria aclaración que éste no es en realidad un intervalo, por lo que ante todo preguntaremos: ¿qué es unísono?

Unísono son dos o más sonidos producidos por un número igual de vibraciones por segundo; y si ese número de vibraciones no es absolutamente el mismo entre ellos, deja de ser unísono; sin embargo, es increíble que en obras de texto de autores eminentísimos, cuyos nombres eludo por el gran respeto que me merecen como personalidades, hablen de unísonos disminuidos y aumentados, pues dicen que un semitono inferior de una nota, que lleva el mismo nombre, es unísono disminuido, y uno superior es el unísono aumentado. . . El hecho se agrava más aún, ya que se habla hasta de unísono dos veces disminuido y dos veces aumentado.

Según este absurdo hay cinco unísonos, de los cuales cuatro son absolutamente falsos, y este error se repite en todos y cada uno de los siete grados de la escala diatónica.

Después de los llamados unísonos vienen las segundas; preguntaremos, una vez más; ¿qué es segunda? Segunda debe ser el intervalo que resulta entre dos sonidos vecinos.

Pero como los músicos, con desconcertante unanimidad, clasifican los intervalos por los nombres de las notas y no por el número de vibraciones por segundo que separan uno de otro, de aquí resultan las cosas más fantásticas, pues dicen que segunda es de Do sostenido a Re bemol, es decir, que según ellos el unísono es segunda.

¿Cómo puede decirse tamaño error? ¿No saben acaso que el Do sostenido y el Re bemol son el mismo sonido? Como comprobación basta tocar en el piano la tecla que produce el Do sostenido y el Re bemol y se verá que son una y la misma cosa y que hay dos nombres para el mismo sonido.

A este respecto cabe recordar la tesis que presenté en el Congreso Internacional de Música de la ciudad de París, en el año de 1900, en la cual dije que en música hay sonidos sin nombre y nombres sin sonido. El caso del Do sostenido y el Re bemol es una demostración clara de ello y no son sólo dos los que se emplean, sino hasta tres. Citaré como ejemplo Si sostenido, Do becuadro y Re doble bemol; son tres nombres para un solo sonido que se toca con la misma tecla en el piano.

Continuaré citando las segundas con la clasificación absurda que hacen de ellas las teorías musicales: disminuida (Do# – Re b); menor (Do – Re b); mayor (Do – Re); aumentado (Do – Re#); superaumentado (Do – Re ##).

Ahora bien, de acuerdo con las teorías del Sonido 13, aplicadas al sistema clásico de los doce sonidos, segunda son dos sonidos vecinos a distancia de un semitono y deben desecharse por ilógicas las segundas de tres, cuatro, cinco, seis y aun de siete sonidos.

En síntesis, dos sonidos deben ser segunda; tres, tercera; cuatro, cuarta; cinco, quinta; seis, sexta; siete, séptima; ocho, octava; nueve, novena; diez, décima; once, undécima; doce, dozava y trece, treceava.

Parecería pueril esta rectificación si no fuera cierta la absoluta inconciencia con que en el mundo musical se llama “octava” a los trece sonidos que resultan con los doce de la escala cromática, más la repetición de la base; y hay aún más, pues con los términos clásicos de “octava disminuida” y “octava aumentada”, se llama octava a doce, trece y aun catorce sonidos.

Con estas teorías resultan las cosas más curiosas, pues hay segundas más grandes que las terceras, y segundas más grandes que las cuartas y que las quintas, las sextas y séptimas. Lo grave es que este error se repite en cada uno de los siete grados de la escala.

La revolución del Sonido 13 desechó, desde sus comienzos, la absurda denominación de octava, y en vez de ello empleó el término “duplo” para indicar que, científicamente, lo que se ha llamado “octava” es una serie de sonidos encerrados en un duplo de vibraciones de una base dada.

Esta rectificación destruye teorías de nueve siglos, pues el término “octava” se falseó desde la aparición del Si bemol en el siglo XI, cuando fueron ya nueve sonidos y no ocho en la escala.

Todos estos estudios están ampliamente tratados y publicados en mi Teoría Lógica de la Música.

En próximo artículo me ocuparé de las llamadas consonancias y disonancias. Espero que la juventud tome nota de las falsedades que se le enseñan y las rechace, pues con ello serán, en un futuro próximo, músicos dignos de su época.

Julián Carrillo (Enero 1962).