Siempre fue mi ideal conocer Grecia, y en 1902, cuando por mi buena suerte se me concedió el privilegio de dirigir la Orquesta del Real Conservatorio de Leipzig, alternando en conciertos seguidos con Ricardo Strauss al frente de la Orquesta del Albert Hall y Arturo Nikisch con la de la Gewandhaus, el cónsul general de Grecia, pasado el concierto en que yo dirigí, me pidió condiciones para que fuera a Atenas como director permanente de la Orquesta Sinfónica; pero, no obstante lo halagador y honroso de semejante proposición, no le dí cabida por que sentía que mi deber de músico y de mexicano me obligaba a regresar a mi patria, ya que era consciente de que la cantidad que recibía mensualmente para el sostenimiento de mis estudios en Europa, aunque fuera como premio especial del Presidente de la República, general don Porfirio Díaz, provenía de los fondos públicos de la nación. Así que, tan pronto como terminé mis estudios, regresé a México, donde por extraña ironía se me hizo la más curiosa recepción como músico. Llegaba yo graduado como compositor en Alemania y como primer premio por unanimidad y con distinción en los concursos internacionales de violín en el Real Conservatorio de Gante, Bélgica. . . y aquí en mi patria se me nombró profesor de historia. . . y aun en ese puesto tan alejado de mis especialidades hubo un mundo de intrigas a las que me referiré en otra ocasión. . . y como corolario, al finalizar el año, se me envió como sinodal a las clases de cornetín. . .
Ante tantas pequeñeces en mi contra, casi lamenté no haber aceptado la dirección de la Sinfónica de Atenas, pues además de la brillante oportunidad como músico la reina de Grecia era hermana del emperador Guillermo II. De haber tenido la suerte de que mi actuación al frente de la orquesta mereciera su aplauso, el hecho habría tenido gran repercusión en Alemania. . . pero mi intenso mexicanismo me hizo aceptar sin protesta ser profesor de historia y sinodal de cornetín.

Julián Carrillo (Febrero 1964)