Este insigne músico griego, que existió seis siglos antes de Cristo, fue el conquistador de los sonidos sexto y séptimo, correspondientes a los hoy llamados Mi y Si; y no obstante que con ellos aumentó el caudal de los cinco únicos existentes hasta entonces, y que de allí surgió el diatonismo con el cual la humanidad se ha deleitado durante veintiséis siglos, no ha recibido en parte alguna del mundo los honores que su conquista merece.

En Grecia, como en todos los tiempos y países, hubo músicos retardatarios, opositores no sólo de los conquistadores de nuevos elementos sonoros, sino aun de los que iban abriendo brecha en los procedimientos técnicos y, por lo mismo, hubo en aquellos remotos tiempos quienes acusaron a Terpandro, ante el Senado de Esparta, por el delito  de haberle aumentado a su lira las cuerdas que producían los nuevos sonidos; se dice que el Senado dio entrada a la acusación, y al discutirla, se dividieron las opiniones: unos pedían se castigara a Terpandro con cárcel y otros, menos severos o tal vez más cultos, creían que bastaba con imponerle una multa.

Otra cosa indigna fue que al presentarse Terpandro con su lira, que llevaba ya siete cuerdas, a competir en los Juegos Olímpicos, en donde se disputaban los premios grandes personalidades como Sófocles, Esquilo y otros eminentes griegos, el jurado, retardatario también, lo obligó a reventar las cuerdas de los nuevos sonidos. . .

Sensato habría sido, sin duda, que en vez de hacer retroceder a Terpandro a los métodos antiguos, se obligara a sus competidores a aprovechar los nuevos elementos.

Sean estas palabras a manera de prólogo para, enseguida, exponer cuáles fueron los beneficios que recibió la humanidad con los sonidos sexto y séptimo.

En primer lugar, que con ellos nacieron, a la vez, nuestra escala diatónica mayor y los  semitonos.

¿Cómo pudo ser este doble prodigio? Desde veinte siglos antes de Terpandro, y tal vez desde tiempo inmemorial, existían en el mundo cinco sonidos, equivalentes hoy a Fa, Do, Sol, Re y La.

Seguramente que antes de esos cinco sonidos deben haber existido sólo cuatro; antes de cuatro, tres, antes de tres, dos; y antes de dos sólo uno, al que le correspondió el mérito de ser el primer sonido musical, pues el sonido como fenómeno físico existe desde que existe el aire; pero la conquista magnífica, de donde nació la música, fue el fijar la altura de un sonido y poder repetirlo a voluntad.

En la gama formada por los cinco sonidos que existían desde hace cuarenta y seis siglos, no había ni un solo intervalo que correspondiera a lo que hoy llamamos semitonos, pues de Do a Re había un tono; de Re a Fa un intervalo mayor que este; de Fa a Sol un tono y de Sol a La otro tono. Al conquistar Terpandro los sonidos sexto y séptimo quedaron en esta forma: Fa, Do, Sol, Re, La, Mi y Si, y al colocarlos por grados conjuntos Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si, más la repetición de la base Do, resultaron la escala llamada diatónica y los semitonos entre las notas Mi-Fa y Si-Do, lo que demuestra que el semitono surgió sin la idea de dividir el tono.  

Es verdaderamente lamentable que los músicos de todo el mundo queden satisfechos con decir que nuestra escala diatónica mayor se formó con dos tetracordios griegos, Do, Re, Mi, Fa – Sol, La, Si, Do, y que otros digan que esa gama proviene de un solo sonido fundamental, dando explicaciones complicadísimas y falsas; y en cambio ningún teórico de la música haya dicho, antes de la revolución del Sonido 13, que la escala diatónica mayor surgió del encadenamiento de los cinco sonidos que había en China desde hace cuarenta y seis siglos con los dos conquistados por Terpandro.

Julián Carrillo (Febrero 1964)