La revolución musical por mí iniciada sintetiza en tres puntos esenciales todo un futuro estético musical para muchos siglos por venir: enriquecer, purificar y simplificar la música.

Me referiré sintéticamente a cada uno de los tres problemas enunciados.

I. Enriquecimiento de la música.

La base de la música son los sonidos, y para enriquecerla, necesario era aumentarlos. Desde el siglo XVI, fecha en que los matemáticos dividieron el intervalo de octava en doce partes musicalmente iguales, tenía la música como base doce sonidos diferentes con sus múltiplos.

Esos doce sonidos fueron inesperadamente aumentados en la proporción de doce a noventa y seis en un experimento que llevé a cabo en esta ciudad de México en el año de 1895, con el cual logré dividir el tono musical en dieciséis intervalos.

No me referiré en este escrito a los problemas de todo orden que fue necesario resolver antes de poder llevar a la práctica tan extraordinario número de sonidos musicales conquistados por México, noventa y seis en vez de sólo doce que había, pues bastaría decir que se necesitaron nuevos instrumentos, nueva técnica para la composición, nueva gráfica y una intensa educación auditiva.

De acuerdo con las leyes fisiológicas, el enriquecimiento de los sonidos musicales aumentó inmensamente con el experimento en el cual logré los dieciseisavos de tono, intervalos que dividen la octava en noventa y seis partes, pues el límite fisiológico lo marca el intervalo más pequeño que logra oírse, y en tal virtud las divisiones de la octava en 95 partes, y en 94, y en 93, 92, etc., que producen todas ellas intervalos mayores que los dieciseisavos, quedaron incluidas fisiológicamente en el experimento del año de 1895.

Todo esto sin salir de los semitonos; pues al pasar éstos a los tercios de tono y a los cuartos, y a los quintos, etc., nos encontramos en pleno infinito musical, por el enriquecimiento logrado tanto en los sonidos como en los intervalos, en las escalas, en las melodías, en las armonías, en los ritmos.

II. Purificación.

Parecerá extraño que me refiera a la necesidad de purificar la música; pero en efecto, es este un problema urgente; pues la música actual es físicamente impura por los batimientos que se produjeron en ella en el propio instante en que Juan Sebastián Bach llevó a la práctica la teoría del temperamento, producto de los matemáticos del siglo XVI, quienes se basaron para ello en la raíz dozava de dos.

Los matemáticos cometieron al formular la teoría del temperamento un gravísimo error: confundieron la física, que es materia, con las matemáticas, que son inmateriales.

De tal confusión de problemas resultó la temperación musical, y con ella se produjeron los batimientos que ensucian todos los intervalos musicales en razón directa del número de sonidos simultáneos que se emplean.

Tal es la razón por la cual la revolución musical del Sonido 13 por mí iniciada, tiene el ideal de llevar la música al campo maravilloso de los intervalos puros de la naturaleza, problema que tengo resuelto en teoría y que espero poder comprobar dentro de poco, por medio de experimentos. La destemperación de la música se está estudiando en Rusia en los laboratorios de Moscú desde hace más de medio siglo, sin que se sepa que haya sido resuelto.

Al estudiar el problema de la pureza física de los intervalos musicales, he formulado una ley de relatividad de consonancias y disonancias basada en los nodos.

III. Simplificación musical.

Lamentable es que el cúmulo de dificultades existentes en la enseñanza de la música sea rémora tan grande para la propagación del bello arte de los sonidos; además, las teorías de la música son frecuentemente tan ilógicas como contradictorias, lo cual ocasiona que en los conservatorios de música se enseñen inconscientemente fábulas y leyendas en vez de verdades musicales.

En cambio, cuán fácil es el estudio de la música con las teorías derivadas de la revolución del « Sonido 13 », que son a base de verdad y de lógica.

Los doce sonidos de la escala cromática los escribo con sólo doce números, del cero al once, y eso es suficiente para que queden descartadas las pautas y el papel especial para escribir la música, e innecesarias son también ya las llaves (ese problema escabrosísimo), y descartados quedan asimismo los sostenidos, y los bemoles, y los sostenidos dobles, y los dobles bemoles, así como los sostenidos y bemoles mixtos.

Hoy como ayer, me inclino ante la sapiencia musical europea, pero siento el halago de haber tenido el privilegio de encontrar la fórmula sencilla, lógica y científica para escribir no sólo tonos y semitonos, que era lo que buscaban mis antecesores, sino que mi sistema gráfico abarca tercios de tono, y cuartos, y quintos, etc., etc.; y para ello me basta papel rayado ordinario y dos guiones, uno sobre la línea y otro debajo de ella, sin emplear ya pautas, llaves ni accidentes.

Julián Carrillo (Julio 1949)