Al lograr la revolución del Sonido 13 un número infinito de escalas, el alma humana se enriqueció con elementos nunca soñados, de gradaciones jamás presentidas, pues la nueva música, como lo dijo atinadamente la distinguida pianista francesa Nelly Caron al escuchar mi Preludio a Colón en la gran Sala de la UNESCO en París, « Despierta en nosotros planos habitualmente en letargo. »

A este respecto, expresé en mi Teoría Lógica de la Música, escrita en Nueva York en 1927, y publicada en México en 1938, lo siguiente: « Los defensores de la pobreza clásica jamás pensaron que un sistema musical que tenía sólo dos modos –el mayor y el menor- no podía satisfacer las necesidades de exteriorización del alma humana. Empléase el modo mayor para pasajes marciales, épicos y el menor para los elegíacos y tiernos. . .

Cuán primitivo resulta querer encerrar la gama infinita de nuestras sensaciones en sólo dos modos; qué error fue suponer que puede limitarse el alma compleja del siglo xx a sólo dos estados: alegría y dolor. . . pues son estos dos polos tan alejados uno del otro, que entre ellos cabe todo un mundo de sensaciones de belleza infinita. Ese hueco lo llenará el Sonido 13, abarcando íntegramente la gama psicológica. Ninguna sensación quedará ya fuera del alcance de la música, de igual modo que entre la casi asfixia que produce el quemante sol de verano en los países tropicales y el frío congelador de las nieves polares de blancura inmaculada, cabe toda la infinita poesía de la primavera, esa poesía que no ha sido captada en su integridad por ningún poeta. ¡Cuando los árboles semejan cataratas de color, cuando parecen llegar hasta nosotros cascadas de verde líquido desprendiéndose de aquella exuberancia que produce en nuestras almas un indescriptible cromatismo!. . . Cabe igualmente entre uno y otro polo de belleza desde la alegría desbordante hasta la más penetrante elegía, como es la pavorosa marcha fúnebre que se produce al caer las hojas otoñales de los árboles para ir, al igual que nosotros iremos algún día, hacia el misterio. . . esas hojas de los árboles más felices que los humanos y que sólo se marchitan en el otoño, en tanto que el hombre ¡con cuánta frecuencia se marchita y desaparece yendo hacia lo desconocido en plena primavera, sin saborear los placeres sin fin de las diversas estaciones de la vida. . .

¿Nos damos cuenta ahora del verdadero infinito de elementos conquistados por México para deleite del alma humana, y esto sin salir de los semitonos?, pues al internarnos en los campos misteriosos de los tercios de tono, cuartos, quintos, etcétera, hasta los dieciseisavos, los resultados son casi imposibles de predecir.

Es, en realidad, milagrosa la posibilidad de ensanchar los horizontes del alma humana librándola de la cárcel de los semitonos donde estuvo encerrada durante siglos, para llevarla a un campo ubérrimo de sensaciones infinitas y jamás imaginadas.

Julián Carrillo (Febrero 1965).