La génesis de la armonía tuvo su origen en el siglo XIII, el siglo del Dante, cuando al ponerse tres sonidos simultáneamente en orden de terceras, nació el primer acorde, que fue la base de la maravillosa amalgama de sonidos que la humanidad ha ido conquistando lentamente al través de los siglos para su deleite.

Desde esa fecha, muchos han sido los tratados sobre esta materia escritos por eminencias, tales como Schoenberg, Rimsky-Korsakof, Riemann, Durand, Richter, Eslava, De Santis, Hull, René Lenormand y Fenarolli, entre otros; y desconcertante es que la rutina se apodere de la mentalidad universal y hasta estos grandes músicos no hayan hecho más que seguir el carril marcado por sus predecesores, olvidando algo de extraordinaria trascendencia: buscar los medios para que se desenvuelva la imaginación de los estudiantes, de lo cual no existe ni la más remota idea en ninguno de los libros citados, incluyendo los más recientes, como los de Lenormand, Hull y Schoenberg.

Schoenberg, por ejemplo, dice en su Tratado de armonía  (escrito por curiosa coincidencia en el mismo año que el mío), que él jamás quiso enseñar a sus alumnos lo que sabía, sino encauzarlos a buscar su propio camino, y los llamaba seekers, o sea “buscadores”; pero es evidente que un estudiante de armonía en sus primeras lecciones nada puede descubrir en una materia que desconoce.

Creo oportuno citar las palabras de Gevaert transcritas por Ergo en la primera página de sus Prolegómenos de instrumentación y que dicen: “En música empieza apenas el período de la reflexión.”

Este cargo, que despiadadamente lanza Gevaert con toda la fuerza de su prestigio a la faz de los músicos del mundo entero, no alcanza por fortuna a los estudios realizados por mí en mi revolución del Sonido 13, pues ya en mi Tratado sintético de armonía, escrito en esta ciudad de México en 1913, durante los aciagos días que conocemos con el nombre de la Decena Trágica, logré desde la primera lección algo que parecerá imposible: que los estudiantes de armonía empezaran de inmediato a escribir pequeños temas con variaciones, de acuerdo con las reglas que sirven de modelo en cada caso.

El tema dado es el ejercicio de armonía y con él todos mis alumnos, sin exceptuar uno solo, cualesquiera que hayan sido sus dotes intelectuales, empezaron a desarrollar  su imaginación, no alocadamente, sino en forma lógica, siguiendo las pequeñas formas musicales; y fue así como escribieron marchas, minuetos, gavotas y aun temas religiosos; naturalmente que eso era al principio de sus estudios, pues más tarde, al aplicar mi método a las grandes formas musicales, llegaron a escribir sinfonías, obras de las cuales tomé  fragmentos para ilustrar algunos ejemplos en posteriores ediciones de mi libro.

Recientemente he sabido que en algún Conservatorio se ha querido imitar lo que yo hice hace cincuenta años, pero sin lógica ni organización, ya que se pretende que los alumnos empiecen por lo más difícil: la sinfonía.

Cuando di una conferencia en el Instituto Juilliard de Nueva York, tuve la sorpresa de que uno de los profesores de dicha institución me dijera que él había hecho sus estudios de composición en Italia con mis libros (los que naturalmente en México no se estudian), y que algunos de ellos llevan hasta ocho ediciones en el extranjero.

Además del sentido filosófico de los tratados de armonía, han debido rectificarse las teorías con ella relacionadas desde su misma base física, descubriendo así falsedades que se imparten en todos los conservatorios del mundo.

Semejante cargo, que hago en mi calidad de autor de la revolución del Sonido 13, debe ser comprobado.

Vayamos al siglo XVI, época en la cual lo matemáticos basándose en la raíz dozava de 2, dividieron el intervalo llamado de octava en doce partes musicalmente iguales, creando el Temperamento. Desde ese instante alteraron la verdad física de todas las quintas, cuya razón es 1.5, con el propósito de encerrar doce de ellas en un múltiplo de vibraciones de una base dada.

En consecuencia, desde hace cuatro siglos la consonancia perfecta, resultado de las quintas físicas 1.5, desapareció de la música. De allí surgieron los batimientos, que son a manera de protesta de la naturaleza por haber infringido sus leyes. No obstante las palabras de Gevaert, quien nos dice que en música ha empezado el período de la reflexión, los tratadistas de armonía no han reflexionado y siguen enseñando falsedades.

No hay un solo conservatorio en el mundo donde no se enseñe que hay intervalos consonantes y disonantes, pues no fue sino hasta que la revolución del Sonido 13 empezó el análisis de manera inmisericorde a todas las teorías, cuando se aclaró que en música no hay ni un solo intervalo físicamente puro, y en consecuencia, ni un solo acorde consonante.

Con esta simple demostración se desploman todas las teorías relacionadas con los intervalos, a los que, por otra parte, se les aplican absurdas denominaciones de subdisminuidos, menores, mayores, aumentados y superaumentados; términos absolutamente irracionales e ilógicos, en  segunda también a siete sonidos: de Do doble bemol a Re doble sostenido. Esos siete sonidos son: Do doble bemol, Do bemol, Do becuadro, Do sostenido, Do doble sostenido (o Re becuadro), Re sostenido y Re doble sostenido, lo que proviene de que los músicos cometieron el error apenas creíble de denominar los intervalos por los nombres de las notas y no por el número de vibraciones que los separan;  y no se detuvieron a pensar que segunda son dos sonidos; tercera son tres; cuatro forman la cuarta; cinco la quinta, etcétera, y llegaron hasta el absurdo de llamar octava a trece sonidos: los doce de la cromática, más la repetición de la base.

Estos mismos desatinos se repitieron al enseñar, unánimemente, que hay acordes consonantes, perfectos mayores y menores, que se clasifican así por que de su base a la nota más alta hay una quinta dizque perfecta, ignorando que en el sistema en uso, o sea el temperado, todas las quintas son imperfectas.  

¿No es un crimen en el aspecto pedagógico, encerrar a la juventud en ese mundo de falsedades? Horroriza pensar en la unanimidad de criterios en el error.

Siempre he lamentado que los músicos de México no se hayan dado cuenta de los elementos conquistados por mi revolución musical, y sigan siendo tributarios de verdaderas telarañas musicales en vez de salir brillantemente ante el mundo a demostrar teorías que dan a nuestra patria un lugar de honor en la cultura musical del mundo.

¡Desventurada juventud que estudia música, cómo estás desperdiciando tu fuerza física en una época en que el hombre se lanza a la conquista del espacio y a ti te ligan a una vergonzosa rutina!

Julián Carrillo (Junio 1963).