Hace un par de días que tuve la sorpresa de ver en la pantalla de la televisión el reportaje de un noticiero que se iniciaba con la perspectiva de una carretera y un letrero que decía: 10 kilómetros Ahualulco del Sonido 13.
El milagro de la televisión me trajo, al contemplar la tierra donde nací el 28 de enero de 1875, todo un mundo de recuerdos; y al divisar a lo lejos las torres de la iglesia, me vi niño de apenas seis o siete años, formando parte del grupo de muchachitos que al salir de la escuela hacía faena yendo al río a traer arena y piedras para proseguir la construcción del templo; y que fue también el que ayudara a subir la primera campana que hubo, tirando de una reata.
Enfocaron después las cámaras la casa de mis padres, don Nabor Carrillo y doña Antonia Trujillo de Carrillo, y recordé cuando el viernes 22 de mayo de 1885 salí de madrugada, montado en un burrito y acompañado por mi madre y mi hermano Maximiano, para ir al través de las montañas rumbo a la capital, San Luis Potosí, adonde me llevaban con el propósito de que estudiara lo necesario para regresar después al pueblo, en un plazo máximo de dos años, convertido en el “cantor de la iglesia”, título magnífico que ennobleciera Juan Sebastián Bach y que ostentó en la iglesia de Santo Tomás en Leipzig.
En el acto de contemplar el panorama de mi pueblo pasó ante mis ojos vertiginosamente la visión del progreso, pues en aquellos lejanos días de 1885 necesitamos catorce horas para recorrer la distancia de treinta y dos kilómetros, que hoy, en automóvil y por la magnífica carretera que une Ahualulco del Sonido 13 con la capital del Estado, se hace en veinte minutos.
Vi después la placita con la plaza del Ayuntamiento, en cuyo frontispicio se ostenta la placa en la cual está grabado el decreto de las autoridades, cuando se agregó a Ahualulco, a manera de patronímico, el de Sonido 13.
A este respecto, debo dar la razón oficial que se tuvo para ello y que narra en un libro escrito en 1945 el profesor y periodista oaxaqueño don José Velasco Urda, basado en cuarenta entrevistas que tuvo conmigo.
En efecto, en las páginas 15, 16 y 17 dice lo siguiente: “Cuando el gobernador de San Luis Potosí conoció los juicios tan laudatorios de los países más cultos del orbe en relación con la obra de Carrillo, entusiasmado dijo: Jamás se había tributado honor semejante a ningún mexicano; y cuando Suecia felicita oficialmente a México por tener a Julián Carrillo nosotros los potosinos debemos estar orgullosos de que un ciudadano nacido en nuestro Estado sea quien haya logrado para su patria –que es la nuestra-, por sus méritos personalísimos, una felicitación de tal naturaleza, única que ha recibido México en toda su historia. Es pues, deber nuestro dar una prueba de que apreciamos en todo lo que vale semejante honor, dando su nombre a una de las principales calles de nuestra capital; y en cuanto al venturoso pueblecillo donde él nació, debemos hacerlo partícipe y denominarlo Ahualulco del Sonido 13”.
Para ello se expidió lo siguiente: “Decreto del ayuntamiento de Ahualulco. 2 de junio de 1932. Se consagra por completo la Villa de Ahualulco, S.L.P., Méx., a la obra inmortal del Sonido 13, de nuestro excelso maestro don Julián Carrillo, por sus antecedentes meritísimos, así como por la conveniencia en todos sentidos, tanto más por el mejoramiento futuro de este pueblo, denominándose desde el día de su celebración, 13 de julio de 1932, Ahualulco del Sonido 13 y dedicándose sus calles, plazas y lugares especiales con los nombres de los familiares y colaboradores nacionales y extranjeros”.
Existen, pues, desde aquella fecha, una calle con el nombre de mi padre, don Nabor Carrillo; una plaza con el de mi madrecita, doña Antonia T. de Carrillo; la calle de Leopoldo Stokovski, paladín de mi música en los Estados Unidos y que ha dirigido mis composiciones en el Carnegie Hall de Nueva York, la Academy of Music de Filadelfia, en Washington, Pittsburg, Minneapolis, Baltimore, Houston y en esta ciudad de México.
Está la calle de George Rimsky-Korsakoff, quien vivamente interesado por mis teorías, lograra un acuerdo del gobierno soviético en 1929 para implantar, en el Conservatorio de Leningrado y en el Instituto de Ciencias, mis postulados músico-revolucionarios.
Se honró también a mi maestro don Flavio F. Carlos, dando su nombre a una calle.
En mi pueblo está la calle Refugio Centeno, quien encontrara, antes que nadie en el mundo, el procedimiento para producir los cuartos, octavos y dieciseisavos de tono en los cornos, las trompetas, los trombones, las tubas y todos los demás instrumentos de émbolos y boquilla circular.
Existe la calle Baudelio García, que fue quien construyó la primera guitarra de cuartos de tono; está la calle de Ángel Reyes, organizador del primer “Grupo 13” de La Habana, Cuba, conjunto que llevó a Nueva York y lo presentó en conciertos tocando mi música.
Hay también una calle “Grupo 13”, honrando así a mis discípulos que tomaron parte en el concierto histórico del 15 de febrero de 1925, cuando se oyeron por primera vez en el mundo composiciones en dieciseisavos de tono y sus compuestos.
Y al recordar, por el milagro de la televisión, las realizaciones de la ciencia, los adelantos asombrosos que ponen ante nuestros ojos panoramas maravillosos, aun de los países más lejanos, que nos hacen presenciar en el momento mismo en que suceden acontecimientos que ocurren a miles y miles de kilómetros de nosotros, y que a mí proporcionaron esta vez el placer de contemplar el lugar donde nací y pasé los primeros años de mi niñez, me digo; ¿cómo es lamentable que muchos de mis colegas no sientan la fuerza avasalladora del progreso y sigan enseñando en los conservatorios e institutos musicales teorías absurdas, anacrónicas y aun risibles, en vez de aprovechar las conquistas de mi revolución que el mundo entero ha recibido con aplausos?
Julián Carrillo (Enero 1964)