Parecerá extraño el título de este artículo, pero efectivamente lo que trataré en él es una positiva e inesperada revolución en el campo sinfónico.
Desde tiempo inmemorial, cuando tocan grupos de instrumentos musicales conjuntamente, hay un papel especial y distinto para cada uno de ellos.
Por ejemplo: en una orquesta sinfónica tienen sus papeles respectivos los primeros violines, los segundos, las violas, los violonchelos y los contrabajos. Para los instrumentos de aliento madera, a su vez, hay un papel especial: para el flautín, dos o tres para las flautas, dos o tres para los oboes, uno para el corno inglés, dos o tres para los clarinetes y dos o tres para los fagotes. En los de aliento metal pasa lo mismo: hay cuatro papeles para los cornos, dos o tres para las trompetas, tres para los trombones y uno para la tuba; lo que da un total aproximado de treinta papeles diferentes, número que varía según lo numeroso del instrumental.
Visto lo anterior, explicaré en qué consiste la revolución sinfónica que anuncio.
Dentro de mis búsquedas estéticas, he logrado algo inaudito: que con un solo papel toquen todos los instrumentos de una orquesta sinfónica o banda militar, es decir, que todo ese numeroso instrumental toque la misma melodía, los mismos ritmos y que, sin embargo, en el conjunto todos sean diferentes.
He terminado de escribir un Trozo sinfónico atonal, que está listo para tocarse, en el cual, como dije ya, todos los instrumentos tocan el mismo papel, y aun está previsto el caso de los transpositores como el corno inglés, los clarinetes, los cornos y las trompetas, pues bastará que los cornos y las trompetas pongan el tudel de Si bemol y que el corno inglés toque su parte en un oboe.
Jamás pude esperar que de un simple experimento, realizado por mí el 13 de julio de 1895, fueran a resultar procedimientos técnicos tan extraordinarios que dan a México un primer lugar en la cultura musical del mundo.
Nadie imaginó que un país tan joven como el nuestro, que cuenta apenas con ciento cincuenta años de vida independiente, produjera con la revolución del Sonido 13 cientos y miles de escalas, todas diferentes, y con ello llegar a la posibilidad de dar una especial a cada compositor de cuantos existen en el mundo; que aumentara los sonidos de la música, de doce que había en la llamada octava, hasta el infinito, como tampoco pudo esperarse que llegara algún día a estar en la posibilidad técnica de rectificar cuanto habían hecho los músicos y físicos más eminentes en relación con la escala de los armónicos, ni pudo esperarse tampoco que tuviera la fuerza espiritual suficientes y la cultura para rectificar básicamente los procedimientos musicales, tanto teóricos como prácticos.
¿Cuál pudo ser la causa de que correspondiera a México tamaño honor? Misterio. . .
Abro, pues, en este artículo, una encuesta ante todos los músicos, ya sean nacionales o extranjeros, para que digan públicamente si en algún país se ha escrito una composición sinfónica en la cual todos los instrumentos de ese gran conjunto toquen el mismo papel, o sea las mismas melodías, los mismos ritmos, etcétera, y que, sin embargo, se oigan todos diferentes.
Costumbre mía es que, cuando realizo un hecho de esta trascendencia acuda al único tribunal capaz de darme luces sobre el asunto: o sea, el del mundo entero. Tal hice cuando se dudó en México de que me correspondiera la paternidad de los dieciseisavos de tono, en cuya ocasión acudí a los países más grandes del mundo en materia musical; y ellos hablaron diciendo, como Francia, “que jamás había oído hablar de cosa semejante”, y como Alemania, quien contestó que “nadie antes que Julián Carrillo, ni simultáneamente con él, logró dividir el tono musical en dieciséis partes.”
Espero, pues, que los músicos del mundo hablen, si algo tienen que decir acerca de la revolución sinfónica que hoy presento.
Julián Carrillo (Noviembre 1961).